Coincidiendo con la celebración del día «8 de marzo», antes el «Día Internacional de la Mujer Trabajadora» y ahora el «Día Internacional de la Mujer» sin más, y aprovechando que está tan de moda eso de «salir del armario» he decidido que ha llegado el momento de dar el paso y decirles que SOY FEMINISTA.
Sí, sí, como lo han leído, SOY FEMINISTA.
Me molesta cuando escucho o leo cómo muchos atacan el feminismo, o muchas, en nombre del feminismo, hacen o dicen cosas que, desde mi punto de vista, nada tiene que ver con el feminismo. Lo cierto es que unos y otros, en mi opinión, están equivocados.
Si consultan el «Diccionario la Lengua» de la «Real Academia Española» verán que cuando buscamos la palabra «feminismo» en su primera acepción encontramos lo siguiente: «Ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres.» Partiendo de esta definición me reitero en lo dicho: SOY FEMINISTA.
Siempre he pensado que hombres y mujeres deben tener los mismos derechos. Nunca he creído que mi madre fuera una persona inferior a mi padre o que debiera tener menos derechos que él; o que mi hija, cuando sea mayor, por ser mujer, deba tener menos derechos que los hombres. Asimismo, tampoco he pensado que las mujeres con las que he compartido mi vida, fueran pareja, amigas o compañeras de trabajo, deban tener menos derechos que yo.
Es más, creo que lo que hace que una relación funcione, sea del tipo que sea –pareja, amistad, trabajo…–, es la igualdad, que haya un equilibrio entre el hombre y la mujer, la mujer y el hombre, en derechos y obligaciones.
Pero, lamentablemente, de un tiempo a esta parte veo que hay quienes erróneamente critican el feminismo, usando términos como, por ejemplo, «feminazi» que, en mi opinión, descalifican/dejan en evidencia a quienes lo usan.
Y digo que erróneamente critican el feminismo porque, como he dicho, el feminismo es igualdad entre hombres y mujeres, concepto que más que objeto de crítica es digno de encomio.
Pero si es grave que haya quienes critican el feminismo –insisto, desde mi punto de vista, erróneamente–, más grave es lo que muchas mujeres y algunos hombres despistados –o quizás más que despistados, interesados– están haciendo en nombre del feminismo.
Para mí, el problema radica en que determinados colectivos, en nombre del feminismo, defienden ideas o postulados que nada tienen que ver con la postura que dicen defender, el feminismo.
Por ello, creo que lo primero que hay que hacer es empezar a llamar las cosas por su nombre y no confundir el feminismo, concepto que, como he dicho, me parece digno de encomio, con el «hembrismo».
Porque las ideas de muchos colectivos que se definen a sí mismos como feministas nada tienen que ver con el feminismo y sí mucho con el «hembrismo».
Y vaya por delante, para que nadie se confunda, que me produce el mismo rechazo el «machismo» como el «hembrismo».
Repito, el feminismo es igualdad, que hombres y mujeres tengan los mismos derechos y, por qué no decirlo, obligaciones; todo lo que se salga de ahí, no es feminismo.
El empoderamiento de la mujer sobre el hombre no es feminismo; el desprecio al género masculino no es feminismo; el dominio, la represión, la prepotencia de las mujeres respecto de los hombres no es feminismo; la discriminación favorable a la mujer en acciones u opiniones tampoco es feminismo.
Seguramente habrá «fanáticos» –hombres y mujeres que, para mí, no son feministas– que pensarán que, como durante décadas la mujer ha estado sometida al hombre, ahora toca la revancha; pero eso no es feminismo, es revanchismo y, siento decirlo, «estupidez» en grado supino.
Todo lo que incline la balanza a un lado u otro no es feminismo, porque feminismo es igualdad.
Lo cierto es que hoy más que nunca se hace necesario luchar por el feminismo, que hombres y mujeres luchen hombro con hombro por el feminismo, es decir, por la igualdad. Y una forma de luchar por el feminismo es llamar las cosas por su nombre ya que muchas de las ideas que ahora se tratan de imponer en nombre del feminismo, más que «feministas» son «hembristas».
Y lo peor, en mi opinión, está por venir, el paso del «hembrismo» a la «misandria», es decir, la aversión a los varones, que, en determinados colectivos, cada día es más patente.
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FEMINISMO Y DERECHO DE FAMILIA
Pero centrándome en mi campo, el derecho de familia y el derecho penal relacionado con la familia, destacaría dos cuestiones que algunas/os que alardean de abanderadas/os del feminismo defienden y que, sin embargo, nada tiene que ver con el feminismo.
Y es que son muchas las personas que se autodefinen como feministas, algunas de ellas incluso profesionales del derecho, y que se oponen frontalmente a la custodia compartida.
Su discurso suele ser el siguiente: «La custodia compartida es una forma de violencia de género, una forma de someter a la mujer al hombre.» Hace falta valor para hacer tal afirmación. Desde luego quien afirma esto quizás entró en la universidad, pero la universidad no entró en su persona.
Si durante décadas se ha luchado para que el hombre se implique y comparta con la mujer las tareas del hogar y, entre ellas, la más importante, la crianza de los hijos, ningún sentido tiene que cuando esa pareja rompe se pretenda excluir al hombre de algo tan importante como es criar y educar a la prole común, ya que compartir la «responsabilidad» en la crianza de los hijos no solamente es beneficioso para los menores sino también para ambos progenitores.
Como digo, la custodia compartida es beneficiosa para los menores –aunque puede haber excepciones– y para ambos progenitores, porque a ambos ata por igual y a ambos permite desarrollar su carrera profesional en la misma medida. Defender la custodia exclusiva a favor de la mujer es quererla como la querían muchos en el pasado, en casa y dedicada a las labores del hogar.
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FEMINISMO Y DERECHO PENAL
Pero si en el ámbito del derecho de familia encontramos algunas contradicciones en nombre del feminismo, donde ya se les va todo de las manos es en el ámbito penal.
No descubro nada si digo que cuando en un Juzgado de Violencia sobre la Mujer se cierra la puerta, la igualdad entre hombres y mujeres se queda fuera. En mi opinión, sin ningún género de dudas, diga lo que diga el Tribunal Constitucional, no hay ley más discriminatoria y que fomente más la desigualdad entre hombres y mujeres que la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
Una ley que se está volviendo contra las mujeres, porque no las protege pero, sobre todo, porque las que la jalean olvidan que tienen padres, hermanos o hijos, o quizás algún día los tengan.
La conclusión de muchas mujeres cuando les toca sufrir en las carnes de sus hermanos o hijos esta ley tan injusta es que ellas no lucharon para esto.
Más de una madre en mi despacho o esperando en la puerta de la sala de vistas, antes de entrar a celebrar el juicio oral en el que se iba a juzgar a su hijo, me ha dicho «He sido feminista, he luchado por la igualdad, pero yo no quiero esto, esto ni es feminismo ni es igualdad.»
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PARA TERMINAR…
Como en tantas otras cosas, una vez más, creo que quien nos va a salvar de este fanatismo –que no feminismo–, son las mujeres, las mujeres que ven cómo en nombre del feminismo cada día se pretende coartar más su libertad.
Porque ahora el «pseudofeminismo» o «hembrismo» ya no va solo contra el hombre, ahora también va contra la mujer, contra la mujer que no se somete, contra la mujer que piensa diferente, contra la mujer que simplemente quiere ser mujer y no víctima.
Porque el feminismo o, mejor dicho, «hembrismo», en muchos casos pretende convertir a la mujer en víctima, y como si fuera un ser inferior al que se le den determinadas cosas por ley en vez de por méritos propios, cuando la mujer no necesita que se le «dé» nada, porque tiene la suficiente capacidad para conseguirlo por sus propios méritos –sólo basta ver los 100 mejores expedientes en cada promoción que termina sus estudios universitarios, o las mejores 100 notas de cada oposición–.
Como he dicho antes, creo que el verdadero feminismo consiste en la igualdad entre hombres y mujeres, en obligaciones y derechos. Pero si me lo permiten, iría más allá, el verdadero feminismo consiste en no depender económicamente de nadie y mucho menos de un hombre.
Por eso, si este post lo tuviera que leer mi hija concluiría diciéndole esfuérzate, estudia todo lo que puedas, trabaja, ten tu profesión, no dependas nunca económicamente de un hombre –ni de nadie– y, si quieres estar con él, que sea porque lo quieres no porque lo necesitas por una estabilidad económica.
Esta lección me la enseñó mi madre, una mujer nacida en el año 1937 que no accedió a la universidad, que quizás no sabía ni lo que era el feminismo, pero que, en su día a día, demostró ser más feminista que las que ahora alardean de serlo y no saben ni lo que es.
Este post se lo dedico a todas las mujeres que luchan por la igualdad entre hombres y mujeres, a todas las que se esfuerzan, estudian, trabajan, tienen su profesión, están con sus parejas porque se quieren –no porque tengan dependencia económica–, y van por la vida pisando fuerte y no de víctimas.
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Juan dice
Mas claro, agua. Yo también soy feminista.
Felipe Mateo dice
Estimado Juan, muchas gracias por su comentario. Saludos.