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Lcda. en Filosofía
Profesora de educación secundaria
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Tan solo por la educación puede llegar el hombre a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él.
Inmanuel Kant, filósofo ilustrado alemán
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La sociedad paga muy caro el abandono en que deja a sus hijos, como todos los padres que no educan los suyos.
Concepción Arenal, escritora y socióloga española del siglo XIX
Parece ser que muchos tenemos muy claro que uno de los pilares fundamentales de nuestra vida, de cuantos nos rodean y acompañan, es la educación. Eso está bien, el problema consiste en si sabemos qué es la educación, ser educados, estar educados, tener cultura y cómo adquirirla y transmitirla.
Soy una profesora de filosofía de secundaria, llevo veinticuatro años en esta profesión y accedí a ella por vocación, como muchos de los que nos dedicamos a esta profesión, y –lo que no sorprenderá a nadie- he visto un gran deterioro en la enseñanza, pero debo decir que como consecuencia de la educación.
Creo que se dice con demasiada frecuencia y facilidad que los únicos o los máximos responsables de la educación de los infantes somos los maestros o el profesorado en general. Siempre he mantenido la convicción de que somos continuadores de la educación que se comienza en nuestras casas, con nuestras familias. Es verdad que no somos meros instructores de ciertas lecciones o materias que impartimos, pero «enderezar» a un niño o niña, a un adolescente o una adolescente que cree en esa carencia de principio de que «todo está permitido» y «yo tengo derecho a» me parece erróneo.
Los seres humanos no nacemos con «derechos inalienables», los inventamos para entendernos, para pactar la mejor manera de vivir, de comunicarnos. Luego, los derechos y el lugar que uno puede ocupar en la sociedad ha de ganárselo cada uno, demostrar que somos merecedores de ellos.
Siempre tuve muy claro el respeto a los mayores, entre ellos a mis abuelos, padres y profesores. No eran ni divinos ni intocables, pero –y eso significa para mí el respeto- sí dignos de consideración, de ser escuchados y en eso iba buena parte de mi aprendizaje. Más tarde, y eso se aprende escuchando, nos hacemos críticos, debatimos y exponemos visiones diferentes, pero para ello primero hemos de adquirir un conocimiento.
Una de «las enfermedades sociales» más extendida es opinar sobre todo sin saber. De nuevo apelamos al derecho que nos ampara el ser ciudadanos de una sociedad democrática. Insisto, eso se construye, no nacemos con el conocimiento, por más que Platón lo admitiese. Para este, el conocimiento era un recuerdo que venía impreso en el alma (creía en la idea de la reencarnación).
Platón lo tenía claro porque su sociedad y sus circunstancias históricas así lo exigían. Si no entendían los atenienses la educación como una potenciación de los dones naturales que dormitan en el alma iban a ser «merienda de lobos». Con ello quiero decir que Grecia, y en concreto Atenas, ocupaba un lugar estratégico en el Mediterráneo y, por tanto, en el dominio y poder del mundo occidental. Era una tierra ansiada por las civilizaciones colindantes (egipcios, persas, macedonios…). De este modo se justifica que los griegos, los atenienses, vivieran por y para la guerra: se defendían ante los ataques de los enemigos y, a su vez, -por las exigencias de lo reducido del territorio griego y para dar mejor vida a sus ciudadanos- atacaban y conquistaban nuevos territorios, con lo que defendían su propia cultura haciendo de ella la mejor y superior a todas.
El etnocentrismo[1] occidental tiene su nacimiento en tales momentos para salvaguardar su cultura, su pueblo, su identidad. Pero –y ese era el objetivo del filósofo griego- el hombre, el antropo[2], no es un ser ya realizado, que sepa lo que tiene que hacer dentro de la sociedad. No es esa paideia[3], como pensaba Platón, un adoctrinamiento para conceder a la sociedad o grupo lo que este requiere por encima del individuo (el Estado buscaba la estabilidad y sacrificaba con ello la individualidad personal, lo que cada persona pudiera querer, por lo que interesaba al colectivo).
Es verdad que hasta la Ilustración, siglo XVIII, no tiene cabida el individuo como tal, no se entendía la persona con una identidad propia al margen de la sociedad. Lo que importaba era el grupo homogéneo para transmitir una cultura que se imponía y en la que la crítica no tenía cabida. Por lo tanto, se van adquiriendo derechos –primero para las clases sociales y después para el sujeto, para el individuo- en la medida en que la educación ayuda a desarrollar las habilidades del ser humano. Todo esto va parejo al desenvolvimiento de la capacidad del raciocinio y de la convivencia, lo cual facilita la instrucción, la educación.
Educar debe significar potenciar las capacidades o facultades de la persona para que se realice según sus intereses. El docente debe descubrir, o ayudar a que el educando (aprendiz) lo descubra, las habilidades e intereses de la persona que quiere aprender, o sencillamente, que debe aprender. Digo debe porque somos personas, no animales domésticos; contamos con la libertad de decisión pero también con la obligación y responsabilidad de contribuir a nuestra labor de ser ciudadanos y ciudadanas.
Una y otra vez le digo a mi alumnado que –y esto es aristotélico- «la duda es el principio de la sabiduría». Dudar no es ignorar, dudar es el esfuerzo por razonar, por analizar, por descubrir el resultado, la respuesta o la solución a nuestros planteamientos. No hay que fiarse de nada por principio, tampoco hay que desconfiar de todo eternamente.
Estamos tan acostumbrados a que nos den soluciones que nos parece una pérdida de tiempo que alguien venga a «ponernos a pensar». Ese debe ser el comienzo de la educación, plantearnos quiénes somos y cómo nos vamos formando, como individuos y como seres sociales. Encontrar la compatibilidad a estas dos vertientes inseparables del ser humano es muy difícil, pero es la tarea que nos convierte en docentes.
Existen personas con cultura, mas no con educación. Claro que son importantes las formas, en ellas va el respeto y la consideración a otro punto de vista. Tener un acervo de conocimiento no significa tener derecho a avasallar al otro. Siempre se aprende –yo lo hago todos los días de mis alumnas y alumnos-; cometemos errores que el saber escuchar, el pararnos a razonar, el tener sensibilidad ante posturas distintas, nos permite corregirlos.
La mala educación no son solo malos modales ni actitudes, también es mala educación renunciar a aprender, no prestar atención a quien nos habla y callar y dar por sentado que cualquier cosa vale.
Debemos comprometernos. Seremos tanto más libres cuanto más nos relacionemos, escuchemos y opinemos desde el conocimiento. Para todo ello hace falta LA EDUCACIÓN.
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[1] Postura que defiende a la propia raza y, por extensión, a la propia cultura como la mejor, la más valiosa y superior a cualquier otra. Por tanto, es una actitud de desprecio hacia cualquier otra cultura a la que valora como inferior.
[2] Antropo: significa en griego hombre, en el sentido de ser humano, aunque las leyes griegas contemplaran principalmente al varón como ser humano, no a la mujer.
[3] Paideia: vocablo griego que significa educación. Esta estaba a cargo del Estado y suponía dirigir la formación de cada individuo para cumplir la tarea o trabajo que necesitaba la sociedad para funcionar bien. De este modo, según Platón, el Estado debía formar al gobernante para dirigir y administrar la sociedad; al militar o guerrero para mantener el orden y la defensa; y al resto del pueblo para cumplir con las labores de manutención.
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